Cuando hablamos de “implicación emocional” nos referimos a las muestras de afecto que damos mediante contacto físico y expresiones verbales, los gestos que nuestra cara y nuestro cuerpo adoptan, y el grado de atención que prestamos a un comportamiento en concreto (tiempo que le dedicamos, conversación que se genera a partir de él,…)
Durante el establecimiento de límites es frecuente observar cómo los castigos, en cualquiera de sus formas (riña, advertencia, pérdida de privilegios,…) van acompañados de gritos, amenazas, medidas desproporcionadas, cara de “que sea la última vez”,… y lo que es peor, en ocasiones continuamos enfadados con nuestros hijos después de cumplir las consecuencias. ¿Qué encontramos cuando recogen su mochila del salón por primera vez o saludan a un compañero de clase por la calle? En estos casos, las respuestas suelen limitarse al silencio, la tímida sonrisa, un comedido “Muy bien” o respuestas en esta línea: “¡Ya era hora! ¿Ves como cuando quieres sabes? A partir de ahora que sea siempre así”, más cercanas a la recriminación que al reconocimiento. ¿Dónde están los demás gestos de aprobación? ¿Para qué ocasiones estamos reservando los abrazos y los guiños?
Como reflexión final en torno a las consecuencias, nos gustaría dejaros una cuestión a menudo protagonista en nuestras sesiones de formación: ¿Piensas que la niña que no se levanta de la silla mientras come o que termina sus tareas en clase lo hace porque “es su obligación”? Si es sólo una cuestión de “obligación” y todos la tienen, ¿por qué hay niños que lo hacen y otros que no?
[…] de valor. Esta es una de las pautas más difíciles de poner en marcha pues en muchas ocasiones nos dejamos llevar por nuestro estilo comunicativo cuando defendemos nuestro punto de vista o imponemos […]